El yogurt y la rosa
Hay recuerdos que nunca nos abandonan, ya sea por las personas que los involucran, por las risas que despiertan o porque esconden entre el amasijo de las palabras, momentos agradables de nuestra vida. ¿Qué puede tener de sentimental un pote de yogur? Se preguntan los lectores, pastoso, blancuzco, semilíquido, agridulce. Escondido en un frasco de vidrio grueso que pesa más que lo contenido. Pues sí, cada vez que compro, como y me siento a saborear esa crema lechosa, blanca, espesa se convierte en nítidos recuerdos que esconden sentimientos inolvidables. Tenía 8 años y desde hacía unos meses me encontraba enferma, con una infección pulmonar, por la cual perdí el año escolar. Rodeada de cariños y mimos, mi dormitorio se había convertido en una casa de muñecas: Shirley Temple y otras muñecas caminaban a mí alrededor por una cuerda que yo misma les movía, a ratos, para hacer de ellas mis compañeras del encierro. Estoy hablando de 1939, año en que se declara la segunda guerra mundi