Los grandes negocios son peligrosos cuando los sueños de sus usufructos fracasan y quedan enterrados bajo las cenizas de las ciudades, donde antes vivían en paz los hombres sencillos. Sucedió en el “pueblo pequeño que (hasta 1978, cuando comienza la explotación petrolera) había vivido sacudido sólo por el precio —la suba y la baja— de la lana, pero se vivía bien, se vivía próspero, se vivía en paz” (2005, pág. 17). Las Heras, pueblo adonde llega la periodista argentina Leila Guerriero para investigar los hechos que refiere en su libro Los suicidas del fin del mundo. Parece que la literatura del petróleo sólo oye esta clase de música. La poesía, el teatro, la narrativa, la crónica se manifiestan infiltradas por la regresión cultural y económica y por un espíritu desahuciado, replegado hacia el desencantamiento. El polo imaginario colectivo de dolor y explotación se desplaza hacia la violencia, ahora los extremos se han radicalizado en un todo petrolero que ya no tiene intercambio alg