El petróleo y memorias ajenas
La poesía, el teatro, la pintura, la escultura, la fotografía, las letras han tratado de encontrar un camino intermedio entre los requerimientos del espíritu y las exigencias sociales en las que el petróleo está comprometido, de ahí que su consistencia aceitosa se constela en vívidos testimonios que abarcan desde principios del siglo XX hasta nuestros días, envueltos en las más intrincadas formas y perspectivas.
El botánico Henri Pittier le aportó a la historia del petróleo fotografías de su viaje, en las cuales identifica el reventón de El Barroso II con el lago al fondo, la cabría y unas matas de coco, imágenes que pertenecen a La Rosa.
Ellas sirven de documento de ese extraordinario pozo que produjo, la madrugada del 14 de diciembre de 1922, un chorro, inalcanzable en el cielo, de más de 100.000 barriles diarios y al noveno día destruyó la torre del pozo luego de lanzar un “geiser” de 200 pies de altura, el secarse no impidió que la imaginación de los explotadores iniciara una exhaustiva investigación en la zona.
La lluvia negra que cayó hace 100 años, en el campo La Rosa, municipio Cabimas del estado Zulia, revelo el potencial petrolero de país y marco el inicio del fin de la Venezuela agraria y el nacimiento de la Venezuela del petróleo.
Relata Alfredo Armas Alfonso (1985) que la gente de La Rosa, olía la misma pestilencia del combustible utilizado para alimentar el alumbrado en Petrolia, lugar del Táchira donde habían trabajado.
La lluvia negra que cayó hace 100 años, en el campo La Rosa, municipio Cabimas del estado Zulia, revelo el potencial petrolero de país y marco el inicio del fin de la Venezuela agraria y el nacimiento de la Venezuela del petróleo.
Relata Alfredo Armas Alfonso (1985) que la gente de La Rosa, olía la misma pestilencia del combustible utilizado para alimentar el alumbrado en Petrolia, lugar del Táchira donde habían trabajado.
Al principio el vertedero incontenible de El Barroso envolvió gente, plantas, calles, casas; el evento inspiró a Ramón Díaz Sánchez, por entonces escribiente en la jefatura civil de la región, para escribir su novela Mene, ganadora del Concurso Ateneo de Caracas en 1933, cuya publicación fue suspendida por temor a las represalias de Juan Vicente Gómez, sobre quien pesaban algunas críticas en el texto.
Díaz Sánchez no sólo nos recuerda a Henri Pittier en sus descripciones paisajísticas, sino que envolvió en retórica de prosa literaria la descripción que del Barroso hiciera el botánico diez años atrás.
Pittier clasificó, en un herbario, treinta mil muestras de la zona del Barroso. La vegetación de La Rosa y Mene Grande: menes, menitos, chaparros, dividivi, cují o los mantos traidores de tupida vegetación, donde el petróleo se mezcla con el agua, quedaron inventariados para la posteridad.
La memoria sobre el mene, en esos momentos, ya soportaba la agresividad con que era tratada a niveles sociales, a pesar del bienestar que a veces proporcionaba.
Existen documentos escritos de las transformaciones intempestivas que la región Zuliana, en especial Maracaibo, había comenzado a sufrir por la presencia de las empresas petroleras.
La memoria sobre el mene, en esos momentos, ya soportaba la agresividad con que era tratada a niveles sociales, a pesar del bienestar que a veces proporcionaba.
Existen documentos escritos de las transformaciones intempestivas que la región Zuliana, en especial Maracaibo, había comenzado a sufrir por la presencia de las empresas petroleras.
En el cuaderno de notas de Henri Pittier, revisado por Armas Alfonso, el botánico belga revela el impacto que le produjo conocer la zona petrolera de Cabimas y descubrir como la vegetación, al tiempo que demarcaba la riqueza que bullía desde su subsuelo, crecía entre una brea que dejaba vivir, misteriosamente, la agresividad espinosa y rústica del paisaje.
“Dice Pittier: “Los pájaros habían muerto (…). En los matorrales en donde jugaban hacía unos pocos días las iguanas y las lagartijas había un silencio sepulcral”” (Armas Alfonso, 1985).
Cuentan que cuando Isaac Capriles importó el primer automóvil a Venezuela se hablaba del “demonio de cuatro patas” y del “enemigo malo”. El demoníaco discurso se convierte en tumoral cuando el historiador Javier González escribe: “El automóvil comenzó a hacer metástasis”.
Ya el petróleo iniciaba esa repulsiva trayectoria que Schael (2004) investiga con pormenores, para que podamos comprender que no se trata de una metáfora inventada alrededor del petróleo, sino de una actitud de cultura antimoderna del país aún colonial.
El anecdotario sobre el petróleo recoge esa aureola mítica que rodea y llega algunas veces a creencias donde la irrealidad del relato pone en tela de juicio el sentido común de quienes lo refieren.
Es indudable que el petróleo conserva, a través del tiempo, sus características de espectáculo. Sus incertidumbres, sus seducciones, las grandes realizaciones, los nuevos proyectos se mimetizan con la literatura porque la narrativa del petróleo debe ser en sí misma el proyecto que exige la demiurgia que ilumina al oro negro.
Los escritores, a partir de los años ochenta, se han ido adaptando a los cambios, sus discursos expresan las nuevas modalidades de simbolización que obran en la vida petrolera e integran el mundo que la constituye, la penetra y la contextualiza, a veces también la desborda.
Es importante reconocer que la reflexión sobre la narrativa del petróleo de hoy debe buscar la participación de la historia, el arte, la antropología, la ciencia, la economía, las leyes, y de quienes laboran alrededor del producto, porque es el presente petrolero quien enseña a releer el pasado y quien sirve de guía hacia los referentes esenciales.
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