El intervalo perdido en las novelas del petróleo

Los bienes reales, producto del quehacer petrolero, aparecen en las petronovelas con diferentes enfoques, sobre ellos daremos una mirada retrospectiva para acercarnos a formas de vida, cuyo poder multiplicador en las zonas petroleras pasa por una sobrecarga de sentidos, afines con cada época y contexto social, sin que nuestras reflexiones signifiquen que la libertad ideológica de cada escritor pueda sufrir restricciones.

El intervalo perdido en las novelas del petróleo. Ensayo por Julia Elena Rial
Se trata de perpetuar el deseo común de conservación de la memoria de un producto que amerita investigar las ideas de quienes lo relataron, las creencias que lo sustentaron, los petromitos alimentados por imaginarios de lo desconocido, las ansias de poder, las aficiones amatorias nacidas alrededor de sus campos y otras visiones generacionales, comunitarias o individuales, que la gran casa del petróleo esconde entre las fisuras de sus frisos.

Latinoamérica es dueña de un mapa petrolero con rasgos fisonómicos claros: Cabimas, El Tigre, Lagunillas, Morichal, Barrancabermeja, Santa Elena, Santa Cruz de la Sierra, Campeche, Poza Rica, la Patagonia, la Amazonia y el Atlántico brasileño, se identifican con torres y palanquines que nunca fueron tan autónomos como las conciencias de quienes los explotaban. La literatura incita a mirar hacia adentro de la cartografía de nuestra América para reconocer la energía derivada del petróleo como fuente primordial de riqueza y también identificar, dentro del conglomerado continental, las formas simbólicas que se fueron creando alrededor de los productos petroleros.
El intervalo perdido en las novelas del petróleo. Ensayo por Julia Elena Rial
Los ladrillos de las oficinas se abrigaban con la profesión de fe de pueblos que se ilusionaron con un trabajo de proliferas ganancias, de alguna manera el negro agar que fraguó los cimientos de la gran empresa ejercía una sutil fascinación en quienes siguieron sus arriesgados caminos.

La posible incongruencia entre ese trajinar entre el riesgo y la ambición la escriben aquellos que vislumbraron el caos, la tensión y la fragmentación cultural que el petróleo produciría en las representaciones colectivas, cuyo significante se encuentra en cualquier campo petrolero.

Leer sus ficciones significa vivir lo premoderno en un conjuro de modernidad técnica petrolera, o preanunciar lo posmoderno como valor autónomo del petróleo, contenido que trasciende la realidad que lo inspira, desde una conciencia que le crea sus propios significados, donde se vislumbra el rostro humano bajo la pérdida de identidades eclipsadas por el negro producto.

Las transformaciones se expresan a través del consumo de nuevos signos, diferentes lenguajes sobre un mercado que exalta su propia producción material y socio-cultural. El petrodiscurso se convierte en el código que propone la polivalencia simbólica dada por los valores que cada escritor le otorga a su discurso. Pero sin duda el petróleo significó una experiencia vital que, con grandes contradicciones, posesionaba a Venezuela de esa modernidad que describe Marshall Berman en Todo lo sólido se desvanece en el aire:

Los entornos y las experiencias modernas atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en ese sentido la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire”.

Aunque somos pasajeros de la vida, llevamos una memoria acumulada que nos hace no llegar vacíos a la lectura de los textos. A veces como en las petronovelas, el aire lejano que de ellas emana cohíbe con una cierta cobardía para enfrentar la realidad. Sin embargo el lugar literario hay que compartirlo con lo que nos gusta, con lo malo y lo bueno y con los que creen que no se equivocan.

Tal vez estas palabras se muevan un poco sin rumbo, el petróleo las haga colisionar, algunas veces unas con otras, porque algunos textos imponen un sentido desde la visión de mundo de su autor, y otros sólo buscan el sentido con la cultura que el petróleo va desarrollando.

Un petróleo intelectualizado que construye un lenguaje cuya retórica lo convierte en referente estilístico y metafórico. Y cuya sensibilidad paradójica permite que surjan unidos aspectos diferentes, con una incongruencia que no siempre sugiere una verdad, porque ciertas irracionalidades son esenciales en las petronarrativas, incorporan núcleos simbólicos dentro de un proceso histórico que, en el campo de Latinoamérica, actuó hegemónicamente en lo que a explotación petrolera se refiere.

Nuestros pensamientos nos ayudarán a expresar argumentaciones y controversias en torno a las propuestas de cultura y contracultura del petróleo. Las obras leídas nos demuestran que los grandes negocios son peligrosos cuando los sueños de sus usufructos fracasan y quedan enterrados bajo las cenizas de las ciudades, donde antes vivían en paz los hombres sencillos. Parece que el petróleo carece de oídos para esta clase de música. Sin embargo la literatura, el teatro, la pintura, la escultura, la fotografía han tratado de encontrar un camino intermedio entre los requerimientos del espíritu y las exigencias sociales en las que el petróleo está comprometido, de ahí que su consistencia aceitosa se constela en vívidos testimonios que abarcan desde la antigüedad antes de Cristo, hasta nuestros días, envueltos en las más intrincadas formas y perspectivas.
El intervalo perdido en las novelas del petróleo. Ensayo por Julia Elena Rial
Los artistas no han aislado el negro elemento de los resentimientos y confusiones del agresivo negocio, pero al indagar en los mundos estéticos tratamos de olvidar su codiciada fealdad, los rudos y robustos barriles, y a quienes se escudan detrás de sus ritos.

Al madrugar las palabras en contacto directo con la vida, y no consciente con la lengua ni con el tema que a muchos apasiona, el petróleo parece querer sensibilizar al lector, para reivindicarse y llevarlo por nuevas exploraciones, por diferentes senderos narrativos en los que la tónica de heterogeneidad ínterliteraria prevalezca sobre la hegemonía. Para ello es importante conocer las inflexiones, desde lo religioso a lo profano, que la palabra encierra en sí misma. Una gramática del petróleo que se inicia en la antigüedad. La visión de lo ortodoxo a lo herético va transformando los supuestos designios sagrados para convertirse en el desarrollo semiótico de su propia religión.

Hasta mediados del siglo XX las novelas del petróleo convocaban a una semántica que atribuía a los significantes los significados de sus retóricas de rechazo y ruptura social.

Para responder a lo insólito del trabajo en los campos petroleros, muchas veces el escritor exacerbaba la relación trágica entre personajes y referentes. En algunos casos aglutinaba extrema pobreza, corrupción política, injusticia social, en una realidad ficcional que, sin estar vacía de búsquedas formales, no presentaba la fuerza simbólica necesaria, porque carecía de la vitalidad que la modernidad de la explotación del nuevo producto ameritaba.

En Mene,Ramón Díaz Sánchez (1936), la crisis vivida por la disolución de los grupos campesinos, la creación de enclaves internacionales y los iníciales híbridos culturales, que exigían nuevas formas de trabajo, establece un desequilibrio cuya ficción la ofrece el escritor con una representación que comparte su coherencia entre el discurso modernista y el manierismo doctrinario de un socialismo de reciente data en Venezuela. El escritor opta por un lenguaje donde los trabajadores no insurgen contra la élite financiera del producto, y lo literaliza con un sincretismo narrativo de factura sociotrágica, sin asumir el petróleo con conciencia de pertenencia cultural y económica.

Si nos acercamos a las petronovelas del siglo XXI, se acabaron los encasillamientos, no es posible evaluar tendencias, se trata de novelas que responden a referentes económicos y políticos desarticulados de un orden social establecido. De manera que el quehacer crítico, sin dejar a un lado lo anterior, debe asumir posiciones que van a convivir con la ambigüedad, el caos, lo inverosímil, y formas textuales que rompen el academicismo tradicional. La narrativa del siglo XXI desborda los límites reconocidos y no admite antecedentes, por consiguiente quedaron atrás los reconocimientos a padres intelectuales que hasta ahora habían prevalecido en la crítica literaria.

Hasta un ayer no muy lejano era imposible ignorar lo que ya existía. Walter Benjamín expresa esta idea En Paris, Capital del Siglo XIX cuando dice: “En el sueño en que toda época imagina la época que se seguirá, esa era venidera aparece enlazada con elementos de una prehistoria (…) crea una utopía que deja su huella en las mil formas de la vida, desde las construcciones duraderas hasta las modas fugaces.”

Hoy hablamos de la imposibilidad de consolidar una teoría que recoja modernidad y tradición. Desde luego cada época, aún la del caos, crea sus propios conceptos teóricos y, a pesar de las disidencias con lo anterior, sabemos que la palabra literaria no surge de la nada. Pero como el lenguaje es inteligente no se puede anquilosar, de ser así las narraciones se convertirían en momias.

El petróleo desarrolla diferentes cotidianidades y ellas están expresadas, en cada período, como un proyecto en ejecución, lo inacabado, una permanente experimentación pudiera considerarse el lenguaje simbólico de las petronovelas. Algo así como una revolución económica y social que nunca estabiliza sus instituciones. Acorde con las transformaciones que cada sociedad va produciendo adentro de sí misma; la narrativa del oro negro se va complicando, adulterando y volviéndose caótica, exagerando un poco se pudiera hablar de un trotskismo petronarrativo.
El intervalo perdido en las novelas del petróleo. Ensayo por Julia Elena Rial
Podríamos pensar que el producto es en sí mismo un agente de cambio. Mientras en novelas de la primera mitad del siglo XX el discurso ponía su mirada en las diferencias culturales y posteriormente en los conflictos laborales (Mene, Mancha de aceite, Guachimanes) a partir de los ochenta parecen abolidos los problemas multiculturales y una desordenada asimilación de la transculturización se convierte en la síntesis de todo lo que significa petróleo.

El nuevo lenguaje ya no habla de torres ni palanquines, ni del abandono de la madre tierra. Los problemas de corrupción de la petrocultura se reflejan en las novelas, y la intermediación de influencias extrañas y desvalores pareciera haberse integrado al quehacer cotidiano de quienes laboran en el negocio. Las últimas novelas venezolanas así lo manifiestan, con la peligrosidad que en ellas se expresa. El petróleo es “El destino que mira como espía del tiempo”.

Hablamos de una narrativa del petróleo que va transitando, en más de un sentido, la historia moderna del país y de Latinoamérica. Una modernización sin democratización caracterizaba al mundo creado alrededor de los contextos petroleros, entre cuya tecnología los personajes literarios se volvían reales al producir diferentes versiones del vivir y sobrevivir, en espacios caracterizados por la interacción laboral, un debate entre lo tradicional y lo industrial.

Las novelas del petróleo en sus diálogos con el lector, a pesar de las limitaciones que este pueda sentir ante un interlocutor aparentemente pasivo, plantean una cotidianidad plasmada por el concurso de comunidades que rehacen un mundo en el cual se interpela, se impugna o se ponen en duda las envolventes ideológicas y sociales del negocio petrolero.

Ayer la ideología de cada escritor creó una resistencia discursiva al producto. Hoy la palabra de los personajes creados por la ficción ya no es propia sino del mundo petrolero. El dogma del petróleo está instaurado y nadie crea ideas a partir de sí mismo, porque el caos es el punto de convergencia donde en cada nueva novela se disuelven los contrarios.

Surge entonces una alternativa anti dialéctica en las novelas del siglo XXI, sobre todo en Los suicidas del fin del mundo de Leila Guerriero, en Un hombre de aceite de José Balza, en Hombres de petróleo de Juan Páez Ávila y en Poza Rica del escritor-periodista español Javier Suarez Mier. Narraciones que expresan el antivalor, el desprecio por la vida, el todo vale, la oscuridad siniestra de la corrupción, que elimina la posibilidad de disentir o contradecir, la petro ficción se convierte en metaficción turbulenta del petróleo.

Esa es la esencia del petróleo actual y es ahora su narrativa: ilegalidades que se normalizan, suicidios que no se investigan, crímenes que se esconden en intervalos perdidos, y la desaparición de quien intente regresar sobre sus huellas, porque la petronarrativa, igual que el producto, lleva implícita en su esencia la vida no renovable. Mito inicial que no morirá mientras la brea negra siga brotando desde las fauces de la tierra.
El intervalo perdido en las novelas del petróleo. Ensayo por Julia Elena Rial
Recordamos a Levi-Strauss quien consideraba que los mitos se mimetizan y repiten su estructura en cualquier contexto cultural donde se formen. En el caso del petróleo podríamos hablar de mitos de productividad y poder que se gestaron desde sus inicios religiosos en la Persia antigua. Recordemos que la brea traía su riqueza milenaria a cuestas, no brotaba desde una naturaleza no codificada, como por lo general sucede con otras estructuras de producción. En lo que se refiere al petróleo la naturaleza fue su codificadora, al producir el fenómeno de realizar durante miles de siglos, en el subsuelo terrestre, una estructura orgánica completa en sí misma.

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Julia Elena Rial
Escritora, ensayista y docente argentina (Tandil, provincia de Buenos Aires). Reside en Maracay, Aragua (Venezuela). Profesora de castellano y literatura en el Instituto del Profesorado de Buenos Aires. Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires (UBA) e Historia de las Ideas en la Universidad de Chile. Posgrado en Literatura Latinoamericana en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, de Maracay. Ganadora del Premio Ensayo Miguel Ramón Utrera (1998) con Las masacres: ortodoxia histórica, heterodoxia literaria. Mención de honor en el Concurso de Ensayo Augusto Padrón de la Alcaldía del Municipio Girardot (Maracay, 2005).Ganó el Premio Mayor de las Artes y las Letras del Ministerio de la Cultura de Venezuela (2006) con el ensayo Memoria e identidad en José León Tapia. Autora de los libros Constelaciones del petróleo (2003) y El ensayo: identidad, memoria y olvido ( 2007). Colaboradora de la revista brasileña Hispanista y de la revista venezolana Letralia. Miembro fundador Agrupación Literaria Pie de Página y del Consejo Editorial de la Revista Cultural Pie de Página. Jurado del premio de ensayo Augusto Padrón 2001 y del premio de ensayo Marita King 2005

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