La descripción: huérfana literaria (Tercera parte)
Observar-Descubrir-Expresar
Para describir hay que observar; contemplar para descubrir; hurgar para conocer. Ver nos proporciona la primera impresión sensorial que ofrece la imagen, pero cada persona la percibe de manera diferente.Observamos el Bolívar de mirada hierática que pintó Gil de Castro en 1828 y nos resulta increíble que sea el mismo, agotado y enfermo, que retrató José María Espinosa unos meses después. La descripción, lienzo del relato, puede ser deformada según como el pintor o escritor visualice, comprenda y modele sus imágenes.
Si hiciéramos un estudio de descripciones de mujeres encontraríamos las depredadas de Onetti en Junta cadáveres que parecen haberle sido sustraídas a Lautrec: “Nelly con cejas amarillas dibujadas cada mañana para hacerlas coincidir con el desinterés o la imbecilidad”.
Otras veces las veremos estilizadas como la Claudia, de Clave para un amor, de Adolfo Bioy Casares, al estilo Mary Quant de “Talle recto, flexible... con ojos redondos, muy serios, con nariz leve”. En ella volcó Bioy Casares su estilo de lenguaje corriente, elegante y preciso con el que describe los espíritus cuyo equilibrio ideal conforman el lineamiento social de sus personajes. Las descripciones distan de un escritor a otro según el ojo de la subjetividad. Y serán reprimidas las mujeres de Joyce y grotescas las del misógino Roberto Arlt.
Es indudable que todo artista es un gran observador. Cuenta Dalí que a los seis años vio ciertas hojas de arbustos animadas por un movimiento independiente, ¡era un insecto! La revelación del mimetismo fue el germen de sus imágenes paranoicas que cristalizarían, años más tarde, en el surrealismo pictórico.
Descubrir es, tal vez, una de las actitudes más fascinantes de la vida. Cada escritor renueva el mundo circundante de acuerdo con su contexto cultural al cual le da vida con el lenguaje. Al vitalizar los objetos convertidos en palabras se funden descubrimiento y subjetividad.
Es indudable que todo artista es un gran observador. Cuenta Dalí que a los seis años vio ciertas hojas de arbustos animadas por un movimiento independiente, ¡era un insecto! La revelación del mimetismo fue el germen de sus imágenes paranoicas que cristalizarían, años más tarde, en el surrealismo pictórico.
Descubrir es, tal vez, una de las actitudes más fascinantes de la vida. Cada escritor renueva el mundo circundante de acuerdo con su contexto cultural al cual le da vida con el lenguaje. Al vitalizar los objetos convertidos en palabras se funden descubrimiento y subjetividad.
Aunque se descubre lo ya nombrado, lo sugerido, las cosas se ven desde diferentes perspectivas, el mismo objeto, paisaje, personaje, ciudad ya descrita muestra simultáneamente dos o más tiempos distintos aunque en él se lean ecos de textos anteriores, la repetición puede ser valorada desde visiones, realidades y simbologías diferentes. He aquí un aspecto interesante de la descripción: las diversidades culturales que se pueden encerrar en un mismo objeto narrativo.
No podríamos imaginar que Vicente Gerbasi escribió el poema “La luciérnaga” pensando solo en los colores del luminoso coleóptero: analizarlo así sería sacrificar su significación poética en un afán de comprensión unívoca y objetiva. Tampoco me dejaría llevar por la cruel aventura de despresar en sílabas su misterio descriptivo y encarcelar una significación de infinitos en un modelo semiótico asfixiante.
Debemos aceptar la descripción como un universo subjetivo, cerrado, que se oxigena cuando cada lector la descubre. Entonces nos parecerá tensa, afectiva, axiológica, desesperada, tierna, pura o inesperada, porque el escritor describe algo de su yo profundo enmascarado en personas, paisajes, interiores, ropajes, adornos y tantas cosas que fluyen del lenguaje, con lo que aprehende y atrapa al lector.
No podríamos imaginar que Vicente Gerbasi escribió el poema “La luciérnaga” pensando solo en los colores del luminoso coleóptero: analizarlo así sería sacrificar su significación poética en un afán de comprensión unívoca y objetiva. Tampoco me dejaría llevar por la cruel aventura de despresar en sílabas su misterio descriptivo y encarcelar una significación de infinitos en un modelo semiótico asfixiante.
Debemos aceptar la descripción como un universo subjetivo, cerrado, que se oxigena cuando cada lector la descubre. Entonces nos parecerá tensa, afectiva, axiológica, desesperada, tierna, pura o inesperada, porque el escritor describe algo de su yo profundo enmascarado en personas, paisajes, interiores, ropajes, adornos y tantas cosas que fluyen del lenguaje, con lo que aprehende y atrapa al lector.
La descripción, algunas veces, irrespeta la separación de poderes artísticos, invade los predios, en este caso sociales, en otros los tradicionales de la música, la pintura.
A mediados del siglo XIX Baudelaire vislumbraba esa interferencia en todas las artes cuando dijo en una conferencia sobre El arte filosófico: “Se debe a una fatalidad de las decadencias el que hoy cada arte manifieste el deseo de usurpar el arte vecino, y que los pintores introduzcan gamas musicales en la pintura, los escultores colores en la escultura, los literatos medios plásticos en la literatura, y otros artistas de los que vamos a ocuparnos hoy, una suerte de filosofía enciclopédica en el arte plástico mismo”.
En las descripciones las palabras suplantan lo visual y se convierten en lenguaje pictórico; es en ese sincretismo que encierra lo escrito donde estableceremos criterios de valor, si se despierta interés por el tema, si se logran bien las estructuras alegóricas, hasta dónde nos lleva la ensoñación evocadora.
A pesar de las ideas de Baudelaire considero que la descripción es un aspecto literario al cual se le limitaría su sentido estético si solamente lo leyéramos como contexto literario. Las descripciones pueden ser vehículos históricos, de creencias, de modas, de ideas de cambios culturales. No cabe en ella la separación de poderes al estilo Montesquieu, es en función de su cosmopolitismo artístico que se ha enriquecido este recurso que tan poco trabaja la crítica literaria.
A pesar de las ideas de Baudelaire considero que la descripción es un aspecto literario al cual se le limitaría su sentido estético si solamente lo leyéramos como contexto literario. Las descripciones pueden ser vehículos históricos, de creencias, de modas, de ideas de cambios culturales. No cabe en ella la separación de poderes al estilo Montesquieu, es en función de su cosmopolitismo artístico que se ha enriquecido este recurso que tan poco trabaja la crítica literaria.
La descripción puede ser poco de poco, pero suficiente para que con lo expresado surja un observador curioso, un descubridor proteico; el creador de un lenguaje que, generalmente, trasciende sus propios límites. Porque el escritor no piensa en mera superficie textual sino en ideas y conceptos. La imagen visual y mental se convertirá en luz, color, tamaño, en voz humana, en el quién y dónde del relato, por eso la descripción es insustituible en la praxis literaria.
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