Personajes femeninos en la literatura: La mujer en las obras literarias de la Edad Media (Part. 5)
No hay normas estrictas que rijan la personalidad de la mujer en las obras literarias de la Edad Media. Tampoco estuvo presente la homogeneidad en la vida cotidiana. El comportamiento de las mujeres estaba supeditado a su categoría social. Distaba el proceder a nivel monástico y en la vida doméstica, según relatan los escritos de Carlomagno.
Durante el imperio Carlolingio se vislumbra una mayor sensibilidad en el trato a la mujer trabajadora. Carlomagno dejó plasmadas, en escritos que se conservan como Crónicas Históricas de la Edad Media, instrucciones a los señores feudales con respecto al trabajo de las mujeres. Con estilo pulcro, y un latín con rasgos clásicos, dice el Emperador: “En lo que toca al trabajo de las mujeres en el momento oportuno es menester proporcionarles los implementos necesarios: esto es hilo, lana gualda, bermellón, rubia, peine para lana, cardas, jabón, grasa, vasijas y otros objetos. Y haced de modo que el sector destinado a nuestras mujeres esté bien cuidado, que tengan casas y habitaciones provistas de estufas y bodegas, que estén rodeadas por un buen seto y cuidado de que las puertas sean sólidas…”
Sin duda el mestizaje que significó para Europa la Edad Media, traía, entre sus envolventes económicas deseos de asumir el liderazgo, y las concesiones de bienestar para la mujer, en el trabajo y en la cotidianidad, favorecían estas aspiraciones. Eginardo, biógrafo de Carlomagno, refiere en el siglo IX la importancia que le daba el Emperador a la educación de sus hijas, las cuales acompañaron y vivieron junto a él hasta su muerte.
Lo cuenta Chaucer en Madame Eglantine: “Había allí una monja, una priora, de sonrisa muy ingenua y recatada… y se llamaba Madame Eglantine”. Pero también dice:”Ella cabalgaba en el camino a Canterbury con un abigarrado y locuaz núcleo de compañeras”. Chaucer refiere que tenía una habitación privada para recibir a sus visitantes. Además de una criada y una capellana que la acompañaban en sus viajes.
Otro personaje de Chaucer, Griselda, ha sido usado por la crítica feminista como ejemplo de protagonista medieval. A la mirada actual se puede pensar que el autor puso en evidencia la estructura de una sociedad de predominio masculino, donde las manifestaciones de inteligencia de Griselda sufrieron la violencia de la misoginia medieval. Las características del discurso hablan de un contexto retórico, escrito para hacer reaccionar a las mujeres, luego que la voz narrativa induce a las lectoras a rebelarse contra la autoridad marital.
"Vosotras, superesposas, alzaos en propia defensa. Cada una es grande y fuerte como un camello. ¿Cómo permitís que un hombre os haga ofensa? Y vosotras, esposas menores, aunque flojas en batalla,
sed feroces como tigres o diablos".
Difícil es establecer un juicio de valor sobre una época durante la cual las obras literarias y los documentos históricos se contradicen. Sin embargo se sabe, por crónicas encontradas, que el intercambio comercial, entre diferentes países europeos, traía consigo cambios culturales en las conductas femeninas, anunciadores de diferencias sociales en la relación hombre- mujer. Diferencias que no están bien documentadas.
La antigua casa del lenguaje entra en crisis cuando descubre en su tejido histórico rupturas de significados, de acuerdo a nuevas realidades y a la necesidad de construir órdenes diferentes, con los cuales poder organizar nuevas experiencias.
La Edad Media coloca a la mujer en diferentes situaciones, según su nivel social. En la obra Erec y Enide, relato del siglo XII, el escritor francés Chrétien de Troyes presenta a la protagonista revestida de un halo de superioridad, prestigio e inteligencia.
Aunque la mujer debía permanecer sometida a los designios masculinos, en esta saga medieval Erec, muy enamorado, pierde autoridad ante su esposa. La figura decidida de Enide trascendió la imagen de la mujer real, y Troyes fue considerado por algunos críticos como el inventor de un nuevo estilo de ficción femenina.
En la acera de enfrente a Troyes el teatro medieval reactiva la palabra mal, asociada a una Eva pecadora en busca de dimensiones literarias, con sus proposiciones bíblicas, míticas, alegóricas o políticas, que hablan de una tensión que recorre todos los siglos, en el nivel teórico, social, y cultural, ya sea a través de realidades objetivas, o de la imagen que presenta en ficciones de la sociedad.
"Vosotras, superesposas, alzaos en propia defensa. Cada una es grande y fuerte como un camello. ¿Cómo permitís que un hombre os haga ofensa? Y vosotras, esposas menores, aunque flojas en batalla,
sed feroces como tigres o diablos".
Difícil es establecer un juicio de valor sobre una época durante la cual las obras literarias y los documentos históricos se contradicen. Sin embargo se sabe, por crónicas encontradas, que el intercambio comercial, entre diferentes países europeos, traía consigo cambios culturales en las conductas femeninas, anunciadores de diferencias sociales en la relación hombre- mujer. Diferencias que no están bien documentadas.
La antigua casa del lenguaje entra en crisis cuando descubre en su tejido histórico rupturas de significados, de acuerdo a nuevas realidades y a la necesidad de construir órdenes diferentes, con los cuales poder organizar nuevas experiencias.
La Edad Media coloca a la mujer en diferentes situaciones, según su nivel social. En la obra Erec y Enide, relato del siglo XII, el escritor francés Chrétien de Troyes presenta a la protagonista revestida de un halo de superioridad, prestigio e inteligencia.
En la acera de enfrente a Troyes el teatro medieval reactiva la palabra mal, asociada a una Eva pecadora en busca de dimensiones literarias, con sus proposiciones bíblicas, míticas, alegóricas o políticas, que hablan de una tensión que recorre todos los siglos, en el nivel teórico, social, y cultural, ya sea a través de realidades objetivas, o de la imagen que presenta en ficciones de la sociedad.
Mientras Enide, en la Corte del Rey Arturo, es dueña de pensamientos nobles y morales; Eva, en el escenario del pueblo, sólo responde al llamado de amor carnal. Una representa los códigos de la aventura caballeresca y la otra el estigma del pecado original.
En las ciudades, el mal será lo que impida el desenvolvimiento de tolerancia y comprensión entre sus habitantes. Deterioro urbano que se podía superar al construir un tejido social armónico, en libertad colectiva e individual, a través de la voluntad de dirigentes y habitantes.
No trata este ensayo de teorizar sobre la maldad, tan sólo abordar aquellos aspectos del concepto en los cuales estén implicadas protagonistas de ficciones narrativas. La literatura presenta mundos diferentes, en diálogo permanente con la mente del escritor y con su contexto, desde donde surgen constructos de maldad femenina, envueltos en texturas multicolores, expresión del pensar, (aceptar o disentir) de cada autor.
Se conocen algunos relatos cuyo pensamiento incita a conducir los límites de la literatura, presa entre sus propias márgenes, hacia el centro de discusión social e histórica, que le corresponde, dentro del proceso teórico de las ideas, en lo que respecta a las mujeres inventadas.
La virtualidad de la creación, desde el imaginario popular, coloca a Eva como la metáfora de la perdición, y a la serpiente intermediaria de Lucifer, símbolo eterno de la maldad religiosa, literaria y artística. El pecado relatado en El Génesis, hoy caduco en algunos términos religiosos, se encuentra en diversas manifestaciones teatrales de la Edad Media. La Literatura provenzal lo representa en El juego de Adán, Auto Sacramental, drama litúrgico, escrito en lengua vulgar (provenzal) donde el mayor espacio lo ocupa el pecado original.
El mundo medieval estaba constituido por una organización social, que le permitió fundar feudos con sus propias formas de existencia, y actuar de acuerdo a su concepción ética. La economía y la vida, en los siglos IX al XII, estaban subordinadas, al señor feudal y al clero. En siglos posteriores, hasta el renacimiento, la economía de la naciente burguesía (habitante de los burgos) construyó ciudades, desarrolló el comercio y la agricultura en la Europa mediterránea. Sin embargo el papel femenino seguía siendo de trabajo y sometimiento. Inventar cosas nuevas hubiera significado destruir la continuidad del piso estable, y un vedetismo impropio de la época. Así se explica por qué la visión religiosa prevalece en este drama, cuya Eva es la irreflexiva a quien el diablo tienta para que, aprovechando sus atributos femeninos, franquee los límites de la temeridad y seduzca a Adán, verdadero desafío a la ira divina.
La situación de los personajes bíblicos, en el medioevo, no podía ser entendida sino como una representación real dentro del pensamiento religioso, posible y comprensible para el público. Adán era el hombre común que sucumbió a la seductora mujer, como cualquier vecino de la localidad. El Auto Sacramental reproduce la primera comunicación que registra la humanidad entre seres humanos.
Llama la atención que en la Edad Media francesa, época aún de doble lenguaje: sermo gravis (latín) y sermo humilis (provenzal) una obra literaria, Auto Sacramental, fuera escrita en términos de humilis, cosa que no era habitual en representaciones de teatro religioso, escrito, por lo general, en latín.
El empaque verbal sugiere examinar las ideas de la época, y sus comportamientos sociales. La separación de estilos y lenguaje dio origen al realismo popular. De esta manera se pretendía involucrar el pecado de Eva dentro del quehacer del habitante común, lejos de la aristocracia feudal y eclesiástica.
Jacques Le Goff los llama, un poco irónicamente, “soñantes de élite”. El resto de los habitantes sufría de ilusiones demoníacas, engañosas, que llevaban a la perdición.
No se trata de desdeñar, por cuestionable, la realidad de esa sociedad, ya que conocer e investigar su literatura devela la manipulación y el engaño; enriquece la comprensión de una obra, donde los personajes no son meras coincidencias referenciales, sino actores impuestos por la historia, desde donde se trazan claras e infranqueables barreras, dentro de los grandes relatos que legitiman el poder masculino. En realidad fue un período sin lugar para polémicas, durante el cual el dogma era palabra indiscutible y disentir se consideraba “cultura de catacumbas”.
¿Qué reacciones producirían las representaciones pictóricas de las “supuestas maldades femeninas” (desnudos, imágenes de seducción) en los habitantes de las ciudades que, aún entrado el Renacimiento, soportaban el peso de la Inquisición.
¿Habrán sido comprendidas las provocaciones de un Jardín de las Delicias, con las imágenes oníricas de El Bosco, cuya policromía maravillosa, caótica y desordenada, superaba los niveles de comprensión de su época?
El concepto de pecado original se va transformando en una trampa de la sintaxis, por caminos complejos y diversos se establecen distanciamientos que catalizan el proceso de cambio, en algunos casos apuntalan una innovación conceptual que, posiblemente, supera el desentrañamiento del lenguaje.
El paraíso de terrenales marginados seguía teniendo un Dios, quien ofrece a Adán y Eva la libertad de dejarse llevar o no por la tentación, a la vez que los castiga con su capacidad demiúrgica de poder absoluto. ¡La gran paradoja! El pecado bíblico carece de los beneficios del epíteto del Dios bondadoso, es castigado.
La cultura medieval, impregnada por la providencia de la cristiandad, tampoco dio oportunidades, a los súbditos, de diferentes interpretaciones sobre la alegoría del auto sacramental. La teleología de la Edad Media, como en ninguna otra época, fue impuesta y aceptada como pensamiento único, en lo que respecta a la pecaminosa Eva. Sin embargo, cada generación goza con el mito y lo transforma.
El diablo bíblico no guardaba reposo, seguía aguijoneando a las culturas arcádicas. En el tardío medioevo, traído por los conquistadores a Venezuela, la leyenda del mal- pecado original se comprendía en el sentido agustiniano de imaginario metafórico, de falta de dominio de la voluntad. La conciencia religiosa del Santo español se vuelve historia y transformación cultural, en el seno de las ideas de su época y dentro del ideario latinoamericano conquistado.
La influencia del diablo sobre la mujer se evidencia en la cultura pemona, entre cuyos cuentos, recopilados por Fray Cesáreo de Armellada, hay uno titulado Nuestros primeros padres nos maleficiaron. Versión tomada de El Génesis y adaptada al pensamiento sincrético pemón, en el siglo XV. El maligno, convertido en culebra, sigue siendo la figura desagradable, de piel agresiva, que se abre a la imaginación del gran consumo de imágenes rituales, encerradas en la mitología literaria y cotidiana, entre cuyas múltiples escamas se tejen innumerables tornasoles de maldad.
El viejo lenguaje y su lógica parecen indestructibles en lo que respecta a mal-pecado, identificado con la figura femenina. La razón ha demarcado unos territorios literarios donde la bondad femenina está siempre en desventaja, ocupa un lugar secundario, a pesar de ser la contraparte indispensable de la polaridad humana. Se encuentra opacada por las predicciones de un Dios punitivo que le dice al hombre: “Maldita será la tierra por amor de ti, espinos y cardos te producirá.” Y a la mujer: “Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces, con dolor parirás a tus hijos.” Palabras que han perdiendo vigencia ante los avances científicos del siglo XX, y las nuevas concepciones emanadas de la máxima autoridad eclesiástica.
Ese antiguo círculo del mal no se clausura con el Medioevo, la historia bíblica sigue los movimientos narrativos, y fabula con diferentes estrategias la fascinación, que ejerce el mal, hecho cuerpo literario en las mujeres. Durante centurias el cristianismo impuso un núcleo narrativo elemental, dentro del cual el relato sobre el mal estaba revestido por la autoridad que la Iglesia, y sus miembros le conferían.
Se encuentran relatos expresados en imágenes intencionales, configuradas para trasmitir mensajes que susciten emociones, con un orden estético de permanente persuasión. Envoltura retórica de males que dejan de serlo para caer en ambigüedades atractivas. Hasta el erotismo verbaliza el referente femenino como lujurioso. No interesa quien lo motivó sino las palabras que lo adecúan, hasta convertirlo en un concepto cuyo sujeto tentador es considerado como malversador del ser femenino. Isócrates comparaba a la mujer seductora con la ciudad de Atenas, “que agradaba para pasar el tiempo.”
También Montaigne, en el ensayo sobre Virgilio, dedica el largo capítulo al tema femenino y considera que:
“La liberalidad de las mujeres es, en el matrimonio, demasiado profusa y embota el afecto y el deseo…Vedlas remedar nuestros galanteos y cortejos, y os harán conocer que no les enseñamos nada que no sepan y hayan digerido sin nosotros. ¿Será como señala Platón que las mujeres han sido mozos disolutos en otra vida?”
Le menagier tiene su antecedente en El Económico de Jenofonte, donde Isómaco le dedica a su maestro Sócrates reflexiones acerca de la esposa perfecta.
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